Misión y Ecumenismo.
Lima, Agosto-Setiembre de 2011.
“Enfrentar el anti-Reino:
servirse del poder para dejar de servir”.
César Augusto Barahona.- Lima Perú.
Parto de la siguiente realidad: hoy comprendemos esta tierra habitada de la ecumene, soñada, donada, y defendida por el Dios de la vida, que antecede a nuestra condición humana de millones de años, y no deja de invitarnos a la celebración de la unidad universal (en cuanto catolicidad que no sólo es romana ni sólo cristiana) y a la reconciliación iniciadas por el Dios de Jesucristo.
Parto de la siguiente realidad: hoy comprendemos esta tierra habitada de la ecumene, soñada, donada, y defendida por el Dios de la vida, que antecede a nuestra condición humana de millones de años, y no deja de invitarnos a la celebración de la unidad universal (en cuanto catolicidad que no sólo es romana ni sólo cristiana) y a la reconciliación iniciadas por el Dios de Jesucristo.
Desde estas afirmaciones quisiera partir provisionalmente desde el referente teológico de la misión del Dios uno, cuya trinitariedad misionera aterriza constantemente hasta nuestros días en los diversos acontecimientos de la historia (sociedad de la información, cambios de paradigma, tecnologías y libre-mercado, política, poder e institucionalidad, ¿des-globalización?). Y es desde esta misión de Dios que me permito postular algunos juicios pertinentes alrededor del curso Misión y Ecumenismo compartido con mis compañeros de la UBL-Lima y el Pastor Bullón como responsable.
Coincido con lo mencionado por Brakemeier (“Ecumenismo: definición, significado, y alcance”) de seguir haciendo visible la unidad que ya existe en Cristo, unidad que iniciamos inmerecidamente en clase por medio de un gesto litúrgico tres hermanos de distintas denominaciones cristianas. Es la unidad visible que simbólicamente contemplamos en la obra cotidiana del pueblo (leitos-ergo), en donde acontece la unidad de Dios en la diversidad, y la invitación a cuidar de esa unidad anunciando la presencia del Dios de la vida por el que nos comprometemos.
Pero juzgo que tal unidad en Cristo no se enmarca exclusivamente en una doctrina o en una práctica, ni mucho menos en una denominación eclesial o en una praxis ético-militante; en cada una de estas instancias hay sabor de unidad, es decir, sabor a misión de Dios desde el kerygma, la koinonia, la diakonia y la martiria, pero no sólo en estas instancias cuya radicalidad bíblica debe permanecer vigente y activa. En la ecumene de la condición humana (moderna-postmoderna) y de la condición ambiental (ecológica-ecofánica), hay muchos signos de unidad trinitario-relacional que la fe cristiana debiera recibir como novedad evangélica (es el caso de la experiencia de inculturación del Evangelio), incluso al costo de identificar nuestra Identidad Trinitaria en distintas entidades a las que nos cuesta nombrar como divinas, “sin que esto amenace [en clave de misión] nuestra identidad y libertad en Cristo” (Gina Cabera, “Ecumenismo evangélico: el pasado nos condena”), cuando nos acercamos a las demás tradiciones religiosas.
Tal vez suena excesivamente ideal, pero en la misión de Dios no cabe exclusiones de ningún tipo, y juzgo que el deseo y la realización de la unidad que Dios quiere es un proceso transfigurador, y no una meta que alcanzar. Si perdemos el horizonte de la unidad soñada y realizada en Cristo, unidad sobre la que no poseemos punto final alguno, tal vez podríamos estar cerrando las puertas a la novedad de la misión de Dios que vemos en el otro, en la otra, en lo otro, en los signos de santidad que tienen las diferencias y las resistencias a favor de la Buena Noticia. Hacer visible la unidad en esta tierra común es dejar a Dios hacer el proceso que se tiene propuesto con cada uno de nosotros y nosotras.
En este sentido, nuestra condición humana nos hace caer en la cuenta de que siempre predicaremos un Evangelio parcial, sin perder de vista el horizonte mayor y recapitulador del Evangelio de Jesucristo en el Espíritu. Pero tal parcialidad de nuestro encuentro personal con el Dios de la vida en su Palabra, es propicia para posicionarnos frente a los desafíos de desintegración, atomismo y acefalismo presentes en la inseguridad ciudadana, la corrupción tendenciosa del aparato estatal, y las incidencias eclesiásticas que además amenazan juntas la unidad de la misión de Dios en la pequeña tierra habitada del Perú.
Es decir, nuestra misión (eclesial) recibida de Dios no está en actitud pasiva, sino comprometida con el servicio al Reino, viendo, juzgando y actuando, dentro del quehacer ético, educativo, socio-político, religioso y cultural, poniendo de antemano nuestra negación ecuménica a las costumbres opresoras de esta época, sin dejar de amar a los enemigos y a las personas que llevan dentro: es tomar una posición firme y profética para enfrentar el anti-Reino que no es sino servirse del poder para dejar de servir.
Y aunque se pueda juzgar de escandaloso, es preciso encarnar cada día más la práctica solidaria con las víctimas, dando testimonio dentro de un proceso en el que no nos sea extraño “practicar a Dios” (Gutiérrez) hasta la Cruz donde se da la vida, y hasta la Resurrección y el Reino anticipados por el desenvolvimiento del Espíritu en nuestras iglesias.
Finalmente, estamos invitados por Dios a comprender que podemos seguir practicando una evangelización espectante (Warren, 1948) en el amor y la solidaridad, siendo conscientes del carácter provisional de nuestras iglesias cristianas, sacramentos de amor y solidaridad, y no un fin en sí mismas (Bonhoeffer). Es nuestra misión intergentes sirviéndonos eclesialmente como mediadores, comunicadores y anticipadores del Reino de Dios, Reino que empieza por los más pobres, y pobres que además están en todas las naciones, geografías, y corazones, desde la otra misión ad-gentes, siendo hermanos y hermanas de una misma casa habitada.
Gracias.-
Gracias.-
(Colaborador de la Familia Benedictina,
Ñaña-Chucuito-Perú. Cristiano Católico Romano).
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