LA VOZ DEL MESTIZO.
I
La Asamblea de URI en Buenos Aires fue una de las experiencias más maravillosas que he tenido en mi vida. Conocer el esfuerzo de cada (CC) fue más que interesante e enriquecedor. Pero lo más impactante de todo fue la presencia de mis hermanos y hermanas indígenas. De pronto escuché la voz de Alejandrino Quispe y la herencia quechua que conserva, escuché la voz de Calixto Quispe, guardián de las costumbre aymaras, los cantos de Sofía Painiqueo, la apertura a los sagrado por parte de Fanny Ávila y Yoland Treviño, en fin. Tiempo me faltaría para detallar cada impactante imagen que guardaré para siempre en mi corazón.
Pero de pronto, un elemento oculto hasta entonces salió de mi corazón. Yo, Henry Kurt Michael Ayala Alva, coordinador del CC URI-Lima, tuve un estremecimiento que alcanzó los rincones más profundos de mí ser, surgió una pregunta difícil de responder: ¿Quién era yo frente a las herencias del pasado? Escuchaba las palabras de mis hermanos y hermanas, veía el fervor con que hablaban desde sus tradiciones y pensé en mi condición, en mi identidad, en mi lugar en las regiones del Cóndor y del Águila. Un llanto incontrolable se apoderó de mí en más de una ocasión, pues pertenezco a la tercera generación de peruanos que abandonó su tierra natal para vivir en la gran ciudad de Lima. Sí, fueron mis bisabuelos y bisabuelas quienes, ante la pobreza, miseria, explotación y opresión de los grandes hacendados del interior del Perú, se vieron obligados a abandonar su pueblo, sus tierras, su cultura y costumbres. Vinieron a Lima sin nada en los bolsillos. Pensé en mis ancestros, en la decisión que tuvieron que tomar para salvar su vida incluso, medité en el abandono de sus antiguas costumbres, de sus antiguas creencias. Cuando llegaron a la ciudad, motivados por el hambre y la necesidad de sobrevivir, se vieron obligados a olvidar todo lo que tenían, todo lo que guardaban como tradición. Poco a poco, olvidaron su idioma natal, sus costumbres, sus tradiciones, el contacto con otras personas, la relación con otros migrantes a la gran Lima hizo que la cultura ancestral se perdiera; y mis abuelos olvidaron también las herencias, y mis padres las ignoraron y yo, Henry Kurt Michael Ayala Alva, ya no pertenecería jamás al lugar que sus ancestros habían abandonado, que no hablaba el quechua de su bisabuela por parte de padre o el mochic de su abuelo por parte de madre. Esa herencia se había perdido para siempre en el continuo proceso de cambio de la sociedad. De pronto, nunca tuve más conciencia de mi condición humana, de que ya no pertenecía al maravilloso mundo indígena, pero que al mismo tiempo jamás sería totalmente miembro de occidente y su cultura, nunca tuve más certeza de mi condición, la de un mestizo.
II
Hubo un tiempo en que mi gran pueblo latinoamericano vivía con sus propios problemas y su propia gente. Hubo tiempo en que la forma de ordenarse el mundo era distinta y cada quien vivía según sus creencias. Hubo un tiempo en que la viruela y la pólvora no eran conocidas. Pero este mundo no era pacífico, no, había guerras, enfrentamientos, peleas, disputas. Pueblo contra pueblo, población contra población. Este mundo no era perfecto, era un mundo de disputas, de conflictos, con hermanos que supieron levantarse contra otros hermanos, así vivieron, separados, algunas veces juntos, pero muchas veces peleados. Sin embargo, tenían en común el cuidado de la tierra, la preocupación por el cuidado del ciclo de la vida. En aquel entonces las montañas eran protectoras, los ríos la fuente de origen de un clan o familia, las lagunas el inicio de un relato heroico. Hubo tiempo en que los pueblos de Latinoamérica vivían con problemas, pero problemas que sabían como resolverlos a su modo, aunque muchas veces fracasaban en sus intentos y otras lograban la unidad tan deseada
III
Entonces llegaron, desde muy lejos, hombres despreciados, desposeídos y ambiciosos de otros lugares muy lejanos. Llegaron con una visión del mundo distinta, con una tradición distinta, llegaron con la mentalidad de sus tierras. Ni buena ni mala, pero sí con una capacidad de destrucción jamás conocida en mi amado continente. Llegaron con la necesidad de acumular algo que ellos llamaban riqueza y que aquí sólo era oro y plata, utensilios sin más valor que el adorno. Pero no encontraron a un pueblo unido, no encontraron a una unidad maravillosa ni una sociedad perfecta. Por el contrario, encontraron en las regiones de mi amado continente a pueblos enfrentados contra otros pueblos, los encontraron peleados, luchando uno contra el otro, como siempre. No, ellos no vinieron a dividirnos como dice el que juega a la víctima y a los “quinientos años”, nuestros pueblos ya estaban desunidos, ya estaban enfrentados. Es, en este enfrentamiento, lo que hizo que los pueblos se organizaran y formaran bandos. Un grupo de pueblos apoyó al extranjero, vio la oportunidad para vencer y someter al grupo indígena contrario, otro grupo no se alió al extranjero sino que lo combatió. Después, los extranjeros se dividieron entre ellos y unos indígenas apoyaron a un grupo y otros indígenas apoyaron al otro. Se inicio así una historia de enfrentamientos, de negociaciones, de acuerdos y traiciones. En esta pelea que nadie sabe cuando empezó y nadie sabe cuando acabará, surgieron hijos que eran mezcla y producto de alianzas o acuerdos entre extranjeros e indígenas: los mestizos. Dueños de nada y de nadie, desposeídos por naturaleza. Hijos a veces de violaciones o pactos, herederos y bastardos de dos pueblos y herencias. El mestizo, en su condición, nació despreciado por no ser totalmente indígena, y marginado por no ser totalmente extranjero. Él no había pedido nacer, pero vino al mundo como producto de una mezcla, como producto de un complejo proceso donde no le pertenecía nada. De este modo, su lengua indígena no era su propia lengua, su idioma occidental no era del todo occidental, viviría para siempre entre el menosprecio de las dos herencias, en la indiferente voz del indígena que proclamaba “impuros” a los herederos de la sangre occidental, y que al mismo tiempo sentía el desprecia del extranjero cuando lo tildaba de “ignorante”. La voz del mestizo jamás se oyó, y sus sollozos no hubo quien los calme, pues la furia del indígena lo excluía de poseer tierras, de conservar el idioma, de mantenerse en una comunidad. Pero al mismo tiempo el extranjero lo hacía a un lado, pues en su soberbia lo hacía sentía inferior y bárbaro
Un silencio calló la voz del mestizo, esperó el abrazo de alguno de los lados, pero sólo recibió desprecio, marginación, exclusión. Esto porque no era hijo de nadie, ni heredero de nada, ni de tierras, ni de idioma, ni de pueblo, ni de amor. Entonces, se dio cuenta de que tenía que abrirse en solitario, asumir un camino en soledad. Mientras que el indígena perdía terreno, y no veía al mestizo como aliado sino como enemigo, el extranjero terminó por habitar en la tierra que no era suya, terminó por poseerla. Y no sólo ello, logró convertirse en el amo y señor de ella.
El mestizo quiso ayudar, quiso volver a sus herencias, pero el indígena no quiso, no aceptaría a los “impuros”, a los herederos de una sangre manchada. Sin embargo, algunos pocos indígenas vieron el problema, estudiaron la apertura, brindaron posibilidades. Se formaron algunos momentos e instantes de inclusión, pero más fue el odio guardado, el rencor vivido que los intentos de aceptación. De este modo, el mestizo tomó un profundo rencor a su herencia indígena, un profundo menosprecio a algo del que jamás le permitieron participar, y miró con buenos ojos al extranjero, a occidente, quiso ser tan poderoso como él, quiso tener sus cargos, sus lugares importantes, su poder para destruir. El mestizo fue perdiendo su valiosa herencia, la fue olvidando ante el seductor veneno del extranjero, y se fue alejando de lo que poseía, se fue olvidando de su legado. Poco a poco, abandonó sus tradiciones, buscando un lugar donde habitar en paz.
IV
Hoy, la historia de mi amado continente carece de desenlace, los mestizos han crecido y expandido en todo Latinoamérica. Porque es muy difícil hablar hoy de pureza, las mezclas se han hecho cada vez más complejas y el mestizo, en su ancestral odio, ha despreciado muchas veces lo que alguna vez fue su tradición, pero otras tantas ha querido retomarlas, aunque aún subsisten voces radicales que mantienen su total desprecio a ellos. Pero hay voces, pocas pero las hay, que no se esconden en los ancestrales odios, que no yacen en las antiguas disputas, que intentan incluir al mestizo, pero todavía prevalece el discurso discriminador, la voz que silenció al “impuro”, al que no pertenece ni aquí ni allá, argumentando su pureza, exaltando su condición, silenciando una voz que le recuerda sus antiguos errores. Porque fueron muchos indígenas que en el pasado apoyaron a los españoles (en el caso de las regiones del cóndor y del águila) con la finalidad de obtener aliados y poder, porque fueron muchos indígenas que unieron esfuerzos para destruir otros pueblos hermanos, porque fueron muchos indígenas que, al ver que el extranjero los había usado, se dieron cuenta muy tarde de lo que habían hecho…haber perdido - en nombre de la ambición, poder y apoderamiento de tierras – aquello que poseían sin restricciones: su tierra y su libertad. En medio del conflicto, aparece el mestizo, quien no es dueño de nada, pero tiene todas las herramientas que ha aprendido de occidente para brindarlas a su antigua herencia, aunque ya no pertenezca a ella.
V
URI se levanta como un sueño de hermandad, como una oportunidad de unir a los pueblos en medio de la diversidad. Pero a veces el dolor es más grande, la necedad es más intensa, las distancias geográficas son pequeñas en comparación a los profundos rencores que observan desde el cielo el cóndor y el águila, que siente en la tierra la serpiente, que toca con sus garras el puma. Yo Henry Kurt Michael Ayala Alva, heredero de nada ni de nadie, asumo mi condición de mestizo. Porque no puedo llamarme indígena sino soy heredero de la forma vital en que se vive la herencia ancestral: el idioma. Me declaro mestizo porque, aunque quisiera, no puedo vivir y conservar las costumbres del campo y de la tierra que siguen cultivando mis hermanos de mi amado continente. Me declaro mestizo porque poseo múltiples herencias que forman parte de todo mi ser y de las cuales no puedo renunciar, me declaro mestizo y rindo homenaje al legado ancestral de este continente y, aunque no sea heredero directo sino producto de mezcla, son consciente y estaré dispuesto a defender con mi vida aquello que no deben perderse: las tradiciones indígenas que aún viven en nuestro continente. Me declaro mestizo porque vivo en un contexto urbano y no quiero jugar a los quinientos años, o decir que soy algo que no soy. Me declaro mestizo por respeto a mis hermanos que viven su indigenismo con verdadera coherencia, cultivando las costumbres en el campo y las profundidades de mi amado continente. Me declaro mestizo porque no quiero decir “soy indígena” para gozar de favores que no me corresponden. Me declaro mestizo porque desde mi condición estoy dispuesto a entregar mi vida porque la voz de los pueblos originarios no se apague jamás. Me declaro mestizo para levantar una voz auténtica, que se define, que precisa, que no quiere callar cuando ve la desunión. Me declaro mestizo en mi calidad de ser humano que vive en un mundo enfermo y que necesita sanarse. Me declaro mestizo porque soy testigo en mi país de las muchas personas que en nombre de lo indígena han obtenido múltiples favores que no les correspondían, que el dios en el que creo me libre de ello. Me declaro mestizo y respeto las declaraciones de los demás. Me declaro mestizo y como tal reconozco que tengo una deuda pendiente con el pasado, que ante los guardianes de la sabiduría indígena, y en mi condición de joven que tiene muchísimo que aprender, guardo silencio y espero ser útil con lo que he aprendido de occidente. Me declaro mestizo y como tal, sé que en URI tengo una voz y que será escuchada y no silenciada. Me declaro mestizo para no mentirme, para no mentir a los demás, para respetar a quienes han sobrevivido a pesar de las injusticias que han cometido con ellos y por quienes estoy dispuesto a luchar, vivir y morir. Me declaro mestizo para aprender a rescatar lo perdido. Me declaro mestizo porque no me atreveré jamás a usar la palabra “indígena” para caprichos personales, ambiciones de poder, protagonismo o bienes económicos. Me declaro mestizo porque soy heredero de muchas herencias que aprenderé a conocer en lo que me queda de vida y que compartiré con mi hijo. Me declaro mestizo pues como tal elevo una voz que se preocupa porque mis hermanos indígenas. Me declaro mestizo porque hace falta que se levante una voz de entre los excluidos de ambos lados. Me declaro mestizo porque son muchas las voces mentirosas en mi país que se declaran indígenas para lograr un lugar económico, social y político en occidente y la sociedad.
Con alegría me declaro mestizo y como tal entrego todo mi ser al sueño que URI quiere formar.
Callao, Costa central del Perú. Escrito a las 02:36am.
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